Por el Profesor Fabián Gussoni.
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El reciente informe de la UNESCO sobre homeschooling parece, a primera vista, un texto en defensa de los derechos humanos. Habla de inclusión, de calidad educativa, de libertad de elección de los padres. Palabras que resuenan como banderas imposibles de cuestionar. Pero basta leer con atención para advertir la grieta: cada vez que se nombra la libertad, aparece acompañada de condiciones, de mínimos obligatorios, de registros y autorizaciones.
El documento no niega la libertad educativa, simplemente la redefine hasta volverla irreconocible. No es ya un derecho pleno, originario, ejercido por la familia; es una concesión bajo vigilancia. El hogar deja de ser el primer espacio de educación y se convierte en un lugar a controlar, como si los padres fueran sospechosos por el solo hecho de querer enseñar según sus convicciones.